El Susurro del Sol y la Sandía (2)

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Mientras los niños reían y compartían las jugosas rebanadas de sandía, Matheo sintió cómo una suave brisa acariciaba su rostro, junto con el cálido abrazo del Sol. Cada bocado de la fruta fresca era como un estallido de alegría, y todos en el jardín se llenaron de risas y buenos momentos. La sandía no solo era dulce y refrescante, sino que también parecía tener un mágico poder que multiplicaba la felicidad. Mientras sus amigos se acercaban para probar, Matheo notó que algo extraño sucedía en el aire; un sutil susurro parecía venir desde la sandía, como si la fruta misma estuviera hablando. “¿Escuchas eso, Papote?” preguntó Matheo, intentando descifrar el misterioso murmullo.

Papote, un poco confundido, inclinó su cabeza y respondió: “No, Matheo, solo escucho el sonido de las risas y el canto de los pájaros. Tal vez sea solo el viento.” Sin embargo, Matheo estaba seguro de que había algo especial en la sandía. Decidió ignorar el susurro por el momento, sumergiéndose en el festival de sabores y risas que estaba ocurriendo en su jardín. Sus amigos disfrutaban de la dulzura y el fresco aroma de la fruta, mientras el Sol continuaba brillando alto en el cielo, como un gran faro de luz que iluminaba su día especial.

Después de un rato, cuando todos se habían servido su porción de sandía, Matheo se levantó y propuso un juego. “¡Hagamos una competencia de quien puede lanzar las pepitas más lejos!” Todos los niños se animaron ante la idea, y empezaron a reír y a preparar sus pepitas. Mientras lanzaban las semillas, Matheo sintió que el susurro se hacía más fuerte, casi como si la sandía le estuviera pidiendo que prestara atención. Así que, en un momento de curiosidad, Matheo se acercó a la sandía restante y puso su oído sobre su superficie rugosa, intentando escuchar con más cuidado.

En ese instante, la sandía susurró suavemente: “Hola, Matheo. Gracias por alegrarte conmigo. Soy más que solo una fruta; traigo historias y risas de cada rincón del campo. Hoy quiero compartirlas contigo y tus amigos.” Matheo se sorprendió y miró a su alrededor, buscando la fuente de esa voz. Por supuesto, todos estaban demasiado entretenidos lanzando semillas y riendo. Se convenció de que tal vez había soñado, pero la curiosidad se había apoderado de él. “¿Historias? ¿Cómo puedes hablar?”, murmuró con asombro.

La sandía continuó: “Desde el momento en que fui cultivada por el agricultor hasta que llegaste al mercado, he viajado mucho. He visto campos de flores, he escuchado los cuentos de los pájaros y he sentido la calidez del Sol como tú. Cada vez que alguien disfruta de mis dulces rebanadas, comparto un poco de mi viaje.” Matheo, ahora más intrigado que nunca, decidió que tenía que contarle a Papote sobre la conversación, pero justo en ese momento, su amigo lo interrumpió con su característico quack. “¡Matheo! ¡Mira cuántas pepitas lanzamos! Parece que tenemos un campeón entre nosotros.” Matheo sonrió pero no pudo dejar de pensar en las palabras de la sandía.

Mientras el sol comenzaba a ponerse y el cielo se llenaba de colores anaranjados y rosas, Matheo y sus amigos se sentaron en círculo para escuchar una historia. “¿Quieren oír una historia que me contó la sandía?”, preguntó Matheo, mientras todos se acomodaban, curiosos. “¡Sí!” gritaron al unísono, dejando de lado las risas para centrarse en lo que su amigo tenía que contar. Con voz clara, Matheo comenzó a narrar cómo la sandía había viajado a través de campos, viendo la