Matheo tenía un helado de muchos colores. Era tan grande que lo sostenía con ambas manos. Mientras saboreaba su dulce delicia, vio a Kilian, la gallina, caminando con gracia por el jardín. Kilian le miró con curiosidad y picoteó algunas flores alrededor.
—¡Hola, Matheo! —graznó Kilian—. Ese helado se ve delicioso. ¿Me das un poco?