El Kiwi y el Pez Saltarín

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Había una vez un pez llamado Mario que vivía en un gran lago azul. Mario tenía muchas ganas de jugar y saltar, pero siempre estaba muy cansado. A él le gustaba observar desde el agua a los pájaros y a los insectos que se movían con tanta energía y quería ser como ellos.

Un día, mientras Mario descansaba bajo una sombra, una fruta extraña cayó al lago con un "plop". Era un kiwi, y su nombre era Louise. Louise tenía una piel marrón con pelitos y un corazón verde lleno de pequeñas semillas negras. "Hola, soy Louise. ¿Puedes ayudarme a volver a tierra firme?" le pidió al pez con su dulce vocecita.

Mario, aunque se sentía cansado, quiso ayudar a Louise. Con un gran esfuerzo, Mario abrió bien grande su boca y empujó a Louise fuera del agua con un gran salto. ¡Splash! Louise aterrizó suavemente en la hierba. "¡Gracias, Mario!", exclamó alegremente Louise.

Louise quería saber por qué Mario estaba tan cansado. El pez le explicó que no hacía mucho ejercicio y eso lo hacía sentirse siempre agotado. Louise iluminó su carita y dijo: "¡Pero si acabas de hacer un gran ejercicio al lanzarme fuera del agua!"

Desde ese día, Mario decidió ponerse en movimiento. Comenzó a nadar y a saltar más y más cada día. Se sentía lleno de energía y podía jugar tanto como quisiera.

Una mañana brillante, Louise y una dinosaurio amigable llamada Linda, se sentaron a la orilla del lago para ver a Mario. El pez saltaba feliz y les saludaba con su brillante sonrisa. "Ahora entiendo la importancia de hacer ejercicio," pensó Mario, mientras brincaba alto y veloz, irradiando alegría por todo el lago.

Y así, Mario, el pez que un día fue demasiado cansado para jugar, se convirtió en el Pez Saltarín más activo y feliz del lago. Y junto a sus amigas Louise y Linda, aprendió que el ejercicio no solo le daba energía, sino también momentos inolvidables de amistad y alegría.