Un día soleado, Kilian, un conejo curioso con orejas largas y suaves, se despertó temprano en su madriguera junto al río. Su mejor amiga, Matheo, una gallina muy risueña, lo esperaba afuera con un brillante plátano en sus alas. “¡Kilian! ¡Mira lo que encontré!”, dijo Matheo mientras hacía girar el plátano. Era amarillo y hermoso, pero lo más extraño era que parecía estar lleno de energía, como si quisiera saltar y bailar.
Kilian miró el plátano con curiosidad. “¿Dónde lo encontraste, Matheo?”, preguntó mientras olfateaba. Matheo explicó que lo había encontrado en la orilla del río, justo donde las olas tocaban la tierra. “Pero hay algo mágico en él”, añadió Matheo. “Cuando lo sostengo, escucho un sonido leve como una canción.” Kilian, intrigado, decidió que debían investigar más sobre este curioso objeto.
Los dos amigos caminaron juntos hasta el río, llevando el plátano entre ellos. Cuando llegaron a la orilla, algo increíble sucedió. Una ola grande y brillante salió del agua, pero no era una ola común. Su forma parecía la de una mujer danzando, y su voz era suave y melodiosa. “¡Gracias por traerme mi plátano especial!”, dijo la ola. “Es muy importante para mí, porque con él puedo bailar y cantar libremente.”
Matheo y Kilian se quedaron boquiabiertos. “¿Tu plátano?”, preguntó Matheo, aún sujetándolo con cuidado. La ola explicó que el plátano era especial y que había sido un regalo de la naturaleza para que ella pudiera expresarse y alegrar los días de los animales de la región. Pero el plátano se había perdido en una tormenta, y ella no podía bailar sin él. Kilian y Matheo se miraron y, sin pensarlo dos veces, le ofrecieron el plátano de vuelta.
La ola, emocionada, empezó a bailar al recibir el plátano. Creó un espectáculo mágico: salpicaba gotas de agua que brillaban como cristales bajo el sol, mientras su canción llenaba el aire de alegría. Kilian y Matheo sentían que su corazón se llenaba de felicidad al verla danzar. “¡Es tan hermosa!”, dijo Matheo, mientras Kilian asentía con una sonrisa.
Cuando la danza terminó, la ola les agradeció con un regalo especial. Dejó a Kilian y Matheo una pequeña piedra brillante en forma de corazón. “Este corazón representa la bondad y el cariño que tienen ustedes por los demás. Siempre los guiará a hacer lo correcto,” dijo la ola antes de volver al río. Kilian y Matheo sostuvieron la piedra con orgullo, sintiéndose felices por haber ayudado.
Desde entonces, Kilian y Matheo visitaban la orilla del río cada día para ver a la ola bailar con su querido plátano. Se hicieron famosos en la región por su bondad y por haber ayudado a devolver la alegría al río. Los dos amigos aprendieron que compartir y ayudar a los demás siempre trae felicidad, y vivieron juntos muchas más aventuras llenas de risas y amor. Y, claro, nunca olvidaron el sonido de la ola cantando. Fin.