El festín de las uvas doradas

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Un día brillante, el sol sonreía en el cielo azul. En un hermoso árbol de parras, colgaban uvas de un color dorado, relucientes como estrellas. Smith, el oso, olfateaba el aire con sus narices curiosas, sintiendo el dulce aroma de las uvas.

Dulce, la ardilla, saltaba de rama en rama, también deseando probar esas delicias. “¡Mira, Smith!”, gritó emocionada. “¡Las uvas están listas para comer!” Marcela, la tortuga, llegó lenta pero segura, con su caparazón brillando bajo el sol. “¿Podemos compartirlas?” preguntó, sonriendo.

Smith acarició su pancita. “¡Sí, claro! Pero, ¿cómo vamos a alcanzarlas?” La idea de disfrutar juntas de las uvas hizo que sus corazones latieran felices. Mientras pensaban, el sol parecía brillar aún más, como si supiera que algo especial iba a suceder.

“¡Vamos a buscar una escalera en el bosque!” dijo Dulce, llena de energía. Con sus pequeñas patas, comenzó a correr hacia el bosque, mientras Smith la seguía, moviendo su pancita alegremente. Juntos exploraron entre los árboles altos y frondosos, llenos de hojas verdes y flores de colores. De repente, se encontraron con un viejo y sabio búho, que miraba con curiosidad desde una rama.

“Hola, amigos. ¿Qué buscan en mi bosque?” preguntó el búho con voz amable. “Buscamos una escalera para alcanzar las uvas doradas”, respondió Smith con entusiasmo. El búho sonrió y dijo: “He visto una escalera cerca del río. ¡Debéis ir allí, pero tened cuidado con el camino!” Los tres amigos se miraron emocionados y listos para la aventura, y así comenzaron a caminar hacia el río con grandes sonrisas en sus caras.