Había una vez en un lugar lejano un pulpo llamado Matheo que vivía en lo profundo del océano. Matheo era un pulpo curioso y siempre soñaba con conocer el mundo fuera del agua. Un día, mientras exploraba los coloridos corales, escuchó hablar de un lugar donde crecían las cerezas más dulces del planeta. Matheo se emocionó y decidió que tenía que ir a conocerlas, pero había un problema: no sabía cómo salir del agua.
En la playa cercana, un perro llamado Kilian estaba jugando con unas bolas de colores. Kilian era muy divertido y siempre se alegraba de hacer nuevos amigos. Cuando Matheo se acercó a la orilla, Kilian lo vio y le preguntó qué le pasaba. Matheo le contó sobre su deseo de probar las deliciosas cerezas. Kilian, entusiasmado, decidió ayudar a Matheo a salir del agua, y juntos planearon un viaje para encontrar las cerezas.
El día siguiente, cuando el sol salió brillante en el cielo, Kilian llevó a Matheo en una mochila especial que había diseñado. Con gran emoción, recorrieron el sendero hacia el bosque donde se decía que crecían las cerezas. El viaje estaba lleno de risas y juegos. Matheo, aunque no podía caminar, se divertía haciendo burbujas que subían al aire, y Kilian corría mientras las atrapaba. Pronto llegaron a una hermosa arboleda donde los árboles estaban cubiertos de cerezas rojas y brillantes.
Cuando finalmente vieron los árboles, Matheo quedó asombrado. Las cerezas colgaban como joyas rojas del cielo azul. Kilian saltó y empezó a recoger las cerezas, mientras Matheo aplaudía con sus tentáculos. Ambos estaban tan felices que decidieron hacer una fiesta para celebrar su hallazgo. Invitaron a todos los animales del bosque, desde los pájaros hasta los ciervos, y juntos comenzaron a recoger las cerezas para compartir. La risa llenaba el aire.
Al caer la tarde, todos los animales se reunieron alrededor de un gran árbol y comenzaron a disfrutar de las cerezas. Pronto, cada bocado se convirtió en una sonrisa, y Kilian, con su gran corazón, se aseguró de que Matheo también pudiera comer. Los animales empezaron a jugar, y el cielo se llenó de colores brillantes. Eso fue cuando la lluvia empezó a caer suavemente, y de repente, apareció un hermoso arco iris que iluminó el cielo.
Matheo y Kilian miraron el arco iris con asombro. Era tan hermoso que se sintieron muy agradecidos por su amistad y por el día tan especial que habían vivido. Todos los animales comenzaron a bailar bajo el arco iris, y Matheo, en su mochila, se unió a ellos haciendo burbujas que reflejaban todos los colores del arco iris. Era una fiesta en la que todos compartían risas, juegos y muchas cerezas.
Finalmente, cuando el sol comenzó a esconderse, Matheo y Kilian prometieron visitar el bosque de las cerezas juntos todos los años. Se despidieron de los amigos, y aunque Matheo regresó al océano y Kilian a la playa, ambos sabían que su amistad y su aventura juntos permanecerían en sus corazones. Y así, Matheo el pulpo y Kilian el perro vivieron felices, sabiendo que cada nueva cereza traería consigo un nuevo color en su amistad.