Había una vez un niño llamado Bebe que vivía en un pequeño pueblo. Un día, mientras exploraba cerca de su casa, encontró un charco brillante cerca de un castillo antiguo. En el charco, una rana de colores vivos estaba saltando y una gallina curiosa la miraba desde la orilla.
Bebe se acercó, emocionado por descubrir qué había en ese lugar tan especial. La rana lo saludó con un croar alegre, y la gallina, con sus plumas de un amarillo brillante, le preguntó si quería jugar. Bebe, con una sonrisa enorme, asintió y se sentó junto a ellos.
Mientras Bebe jugaba en el charco dorado, la rana comenzó a hacer saltos espectaculares, salpicando agua brillante a su alrededor. La gallina, llena de energía, decidió unirse y empezó a hacer piruetas, llenando el aire de risas. Bebe aplaudía emocionado, disfrutando cada momento, mientras el sol brillaba en el cielo y todo parecía un sueño mágico.
De repente, mientras jugaban, un suave viento comenzó a soplar y el agua del charco empezó a brillar aún más. Bebe miró con asombro cómo pequeñas luces doradas emergían del charco, como si quisieran contarles un secreto. La rana y la gallina se miraron entre sí, intrigadas, y Bebe sintió que su corazón latía más rápido. ¿Qué podría ser esa luz?
Bebe, la rana y la gallina se miraron con curiosidad. Sin pensarlo dos veces, comenzaron a caminar hacia las luces doradas que danzaban en la superficie del charco. A medida que se acercaban, las luces se hicieron más brillantes, formando un camino resplandeciente que parecía invitarles a seguir adelante. Bebe sintió una mezcla de emoción y nerviosismo, pero su corazón estaba decidido a descubrir el misterio.
De repente, al llegar al borde del charco, las luces comenzaron a girar y a formar figuras mágicas en el aire. Con un suave murmullo, las luces dijeron: "¡Bienvenidos, amigos! Venid a jugar, tenemos un divertido desafío para vosotros!" Bebe y sus amigos, llenos de alegría, miraron con ojos brillantes, listos para aceptar cualquier aventura que les esperaba.
Las luces empezaron a parpadear y una de ellas dijo: "¡Vamos a jugar a un juego de adivinanzas! Yo empezaré: ¿Qué animal tiene una larga trompa y vive en la selva?" Bebe pensó un momento y respondió con emoción: "¡Un elefante!" Las luces brillaron aún más y clamaron: "¡Correcto! Ahora es vuestro turno de adivinar." La rana, muy contenta, preguntó: "¿Qué es pequeño, tiene patas cortas y salta mucho?" La gallina, riendo, exclamó: "¡Es una rana!"
Las luces danzaron de alegría y dijeron: "¡Excelente! Están muy bien preparados para continuar el juego." Entonces, hicieron más preguntas y Bebe, la rana y la gallina adivinaron todas. Cada respuesta correcta llenaba el charco de colores resplandecientes, creando un espectáculo mágico que iluminaba el lugar. Cuanto más jugaban, más divertidos se sentían, riendo juntos y disfrutando de la alegría de estar en compañía.
Al final, las luces les agradecieron por jugar y, como regalo, les ofrecieron un deseo. Bebe, sonriendo, pidió que siempre pudieran jugar juntos en el charco dorado. Las luces chispearon y, con un último destello, cumplieron el deseo. Desde ese día, Bebe, la rana y la gallina vivieron muchas aventuras en su mágico charco, llenas de risas y diversión, y siempre fueron los mejores amigos.