Había una vez un koala llamado Matheo que vivía en un árbol muy cómodo y siempre estaba rodeado de sus amigos. Un día, mientras Matheo se desperezaba de su larga siesta, escuchó un sonido muy peculiar. "Zzzzz", se oía cerca de su oreja. Era una pequeña abeja llamada Kilian que llevaba una mochila diminuta llena de polen.
Kilian estaba muy preocupada porque quería hacer un regalo especial para su reina, pero no sabía cómo hacerlo perfecto. Matheo, con su suave voz, le dijo: "Amiga abeja, construyamos algo juntos. Yo puedo buscar hojas de eucalipto y tú puedes añadir tu polen mágico." Kilian zumbó feliz, aceptando la ayuda de Matheo.
Así, comenzaron a trabajar en el regalo. Pero necesitaban algo más, algo que brillara como el sol y fuera suave como la nube. Justo entonces, una cebra llamada Sebastian, conocida por sus peludas crines y su amor por el brillo, pasó trotando. "Sebastian," gritó Matheo, "¿Nos ayudarías a hacer un regalo para la reina de Kilian?" La cebra, siempre dispuesta a ayudar y a compartir, se unió entusiasmada.
Sebastian trajo cintas de colores que destellaban con la luz del sol. Juntos, el koala, la abeja y la cebra hicieron un lazo gigante y lo ataron alrededor de un paquete envuelto con las hojas de eucalipto y adornado con polen dorado. Era el regalo más hermoso de la colmena.
Cuando la reina de las abejas vio el regalo, no solo agradeció el esfuerzo de Kilian, sino también la generosidad de sus nuevos amigos. Para celebrar, la reina propuso un juego muy divertido para todos: aprender a ir al baño solos. Los animales rieron y jugaron, y Matheo se dio cuenta de que incluso las tareas más simples pueden ser divertidas cuando se hacen juntos.
El regalo que habían hecho con tanto cariño no solo alegró el corazón de la reina abeja, sino que también les enseñó que la amistad y el trabajo en equipo pueden convertir cualquier tarea en una alegría. Y desde ese día, Matheo, Kilian y Sebastian siempre iban juntos al baño, riendo y recordando la hermosa jornada que compartieron.