Había una vez, en el corazón de un jardín lleno de flores y risas, una mariposa llamada Dulce que revoloteaba alegremente de flor en flor. Sus alas eran de los colores más brillantes que se puedan imaginar, como si un arcoiris se hubiera posado sobre ellas.
En la misma casa del jardín, vivía una niña llamada Marcela, que amaba correr y jugar bajo el sol. Ella tenía un muñeco de nieve en el jardín, al que llamaba Smith. Aunque estaba hecho de nieve, Smith lucía una bufanda de lana y una amplia sonrisa de zanahoria. Marcela cada día salía a jugar con él, incluso cuando el sol comenzaba a derretir su blanco manto.
Un día, Marcela encontró un viejo teléfono en la casa. Era blanco y muy raro; parecía venir de otra época. Aunque ya no funcionaba, Marcela decidió jugar con él, fingiendo hablar con historias de mundos lejanos y aventuras emocionantes. Dulce, la mariposa, curiosa se posó sobre el teléfono, y de pronto... ¡Ring, ring! El teléfono sonó. ¿Cómo era posible?
Del teléfono salió una vocecita que invitaba a Marcela y a Dulce a moverse y bailar. Era el Espíritu del Ejercicio, que recordaba a todos los niños la importancia de ser activos para mantenerse sanos y felices. Marcela, llena de entusiasmo, tomó a Dulce y juntas comenzaron a danzar por el jardín. Smith, observándolas desde su rincón, deseó poder unirse a ellas.
De repente, una brisa fresca llegó y el muñeco de nieve comenzó a moverse; el Espíritu del Ejercicio le había dado vida por un día para que pudiese jugar también. Smith bailó y giró con Marcela y Dulce, riendo y disfrutando cada momento. Juntos hicieron ejercicio hasta que el sol se ocultó tras las montañas, llenos de alegría y energía.
Al final del día, cuando Smith volvió a su estado de muñeco de nieve inmóvil, Marcela y Dulce estaban agradecidas por la maravillosa sorpresa. Prometieron que todos los días harían ejercicio, bailarían y se moverían para estar siempre tan felices como aquel día mágico con Smith.