En una ciudad muy colorida vivía un niño llamado Matheo. Un día, mientras jugaba en el parque, vio caer del cielo una fresa. Pero no era una fresa cualquiera, era un avión de fresa muy brillante que aterrizó justo en frente de él. Los demás niños se asombraron y corrieron a verlo, pero Matheo, lleno de valentía, fue el primero en acercarse.
El avión de fresa, al ver a Matheo acercarse, se transformó en un autobús de fresa. Los niños se rieron y aplaudieron. El autobús abrió sus puertas y de él salió Jota Jota, el conductor, quien invitó a Matheo a subir. Juntos, emprendieron un viaje lleno de maravillas por la ciudad, recogiendo a todos los niños que querían unirse a la diversión.
Pero la sorpresa no terminó ahí. De repente, con un giro y un brillo, el autobús de fresa se convirtió en un tren que se deslizaba suavemente por las vías de caramelo. Kilian, el maquinista, saludó a los niños y les mostró el mágico mundo de golosinas que se extendía más allá de las ventanas. Pero justo cuando la diversión estaba en su apogeo, el tren se detuvo. Estaban llegando a un lugar desconocido...
Entonces, Matheo, Jota Jota y Kilian, a pesar de estar un poco asustados, decidieron que su próximo paso sería intentar hacer que el tren vuelva a funcionar. Jota Jota, quien siempre estaba lleno de ideas, sugirió buscar por todo el tren algún interruptor o palanca que pudiera ponerlo en marcha nuevamente. Kilian, por su parte, recordaba que en la cabina había una gran palanca de color rojo que utilizaba para acelerar el tren.
Matheo, asombrado pero valiente, decidió ir a la cabina y buscar la tal palanca. Al entrar, vio muchos botones coloridos y una enorme palanca roja, tal como Kilian había descrito. Pero justo cuando iba a moverla, algo extraño sucedió. Un pequeño roedor hecho completamente de gominola salió de un rincón, miró a Matheo con ojos asustados y luego desapareció corriendo por un hueco en la pared.