Había una vez en un rincón del jardín, una tortuga llamada Louise. Louise era muy pequeñita, pero tenía una misión muy grande: cuidar la única piña que había en su jardín. Todos los días, con sus patitas lentas pero seguras, limpiaba las hojas que caían cerca de la piña y se aseguraba de que nada malo le pasara.
Un día, mientras el sol brillaba alto y fuerte en el cielo, un niño llamado Mario apareció en el jardín. Mario estaba jugando a la pelota cuando, sin querer, su mano tocó la piña y la hizo rodar lejos de su lugar. ¡Oh, no! La piña había quedado toda sucia y lejos de su hogar.
Louise, al ver lo ocurrido, se acercó lentamente a Mario con una mirada triste. Mario se dio cuenta de que había cometido un error y, con cuidado, levantó la piña. "Lo siento, Louise", dijo Mario, "te ayudaré a poner la piña de nuevo en su lugar".
Con la ayuda de Mario, la piña volvió a su sitio. Mario usó su mano para limpiarla y juntos organizaron las hojas y ramitas del jardín para que la piña estuviera cómoda y segura. Louise estaba muy agradecida y le ofreció a Mario un trocito de piña como muestra de su amistad.
Desde aquel día, Mario venía a visitar a Louise cada tarde. Juntos, cuidaban la piña y el jardín. Mario aprendió la importancia de ser ordenado y organizado gracias a su amiga la tortuga.
Louise, por su parte, estaba feliz de tener un amigo como Mario. Y el sol, siempre presente, calentaba sus corazones y hacía brillar su rincón del jardín. La piña crecía dulce y jugosa, y el jardín se convirtió en un lugar de alegría y amistad para todos.
Y así, Louise, Mario y la piña vivieron muchos días felices bajo el cálido abrazo del sol. La lección de aquel día quedó con ellos siempre: cuidar y ordenar lo que más queremos nos trae felicidad y buenos amigos.