El jardín se había convertido en un lugar mágico desde que el niño, el león, la gallina y la flor habían sellado su amistad. Cada día, al caer la tarde, se reunían bajo el roble centenario para compartir historias y planear nuevas aventuras. Un día, Petalina les habló de una leyenda que los ancianos del jardín solían contar. Era la historia de "La Lágrima de Luna", una perla resplandeciente que, según decían, concedía deseos a quien la encontrara en una noche de luna llena.
"¿Podemos buscarla juntos?" preguntó Sebastian con los ojos brillando de emoción. Kilian rugió con entusiasmo, mientras que Matheo batía sus alas feliz. Petalina, emocionada con la idea de vivir una nueva aventura con sus amigos, aceptó con una sonrisa. Así que esperaron a que la luna se llenara de luz para comenzar su búsqueda.
La noche de luna llena llegó y el grupo se adentró en el bosque, siguiendo un antiguo mapa que Petalina había encontrado entre sus pétalos. El susurro del viento parecía guiarlos a través de senderos ocultos y claros misteriosos. Mientras avanzaban, Matheo y Kilian vigilaban atentos, cuidando de su pequeño amigo humano y de la dulce Petalina, que se mecía en un tiesto que Sebastian llevaba con cuidado entre sus manos.
Después de mucho caminar, llegaron a un claro donde la luz de la luna iluminaba el centro de un estanque silencioso. "¡Allí está, la Lágrima de Luna!" exclamó Sebastian señalando hacia el agua cristalina donde la perla descansaba. Kilian, con su gran corazón, decidió que se sumergiría para recuperar el precioso objeto. A pesar de su tamaño y fuerza, el león nadó con suavidad y rescató la perla sin perturbar ni una sola onda del estanque.
Una vez que tuvieron la Lágrima de Luna entre ellos, se preguntaron qué deseo pedirían. Tras pensarlo bien, con su inocente sabiduría, Sebastian propuso: "Deseo que nuestra amistad dure para siempre, y que este jardín siempre sea un lugar de felicidad para todos los que vengan". Todos estuvieron de acuerdo y así fue como, unidos por la magia de una perla lunar, fortalecieron un vínculo que ninguna aventura podía igualar.