Había una vez en un mar muy lejano, una pequeña delfín llamada Freya. Ella soñaba con conocer nuevas tierras y explorar el mundo. Un día, mientras nadaba felizmente en el océano, vio algo muy brillante en la superficie del agua. ¡Era un avión volando en el cielo!
Freya decidió seguir al avión y descubrir a dónde se dirigía. Mientras nadaba tras el avión, se encontró con un tren que pasaba por la costa. ¡Qué emoción! Nunca había visto un tren antes. Freya decidió seguir al tren también, curiosa por ver a dónde la llevaría.
Después de nadar durante un rato, Freya llegó a una playa donde vio a un niño llamado Matheo. Él estaba comiendo una galleta muy grande y deliciosa. Freya se acercó a él y le pidió que compartiera la galleta. Matheo, sorprendido al ver a un delfín tan amigable, le dio un pedazo de su galleta.
De repente, un grupo de niños se acercó y le pidió a Matheo que les mostrara al delfín. Freya, emocionada de conocer a nuevos amigos, nadó con ellos y jugaron juntos en el agua. Los niños estaban encantados de tener a Freya como nueva compañera de juegos.
Desde ese día, Freya y los niños se convirtieron en los mejores amigos. Siempre jugaban juntos en la playa y cada vez que veían un avión o un tren, Freya los seguía para descubrir nuevas aventuras. Y así, Freya descubrió que a veces, las mejores aventuras están más cerca de lo que uno imagina.
Y colorín colorado, este cuento ha terminado.