Matheo era un niño curioso que le encantaba explorar el jardín de su casa. Un día, mientras jugaba, escuchó un zumbido muy fuerte. Era una abeja que volaba de flor en flor, buscando néctar para llevar a su colmena. Matheo se acercó con cuidado y observó maravillado a la trabajadora abeja.
De repente, la abeja se posó en una hermosa flor amarilla y Matheo, fascinado, la siguió. La abeja volaba cada vez más alto, hasta que llegaron a un lago cristalino. Matheo vio a un pez saltando en el agua, brillando bajo el sol. La abeja y el pez parecían amigos y Matheo se emocionó al verlos interactuar.
Matheo decidió seguir a la abeja y al pez, y antes de darse cuenta, llegaron a un barco abandonado en la orilla del lago. La abeja entró en el barco y Matheo la siguió con curiosidad. Encontró un portátil antiguo, lleno de polvo y con las teclas desgastadas. Se preguntó quién lo habría dejado allí y qué historias podría contar.
De repente, el portátil se iluminó y una voz suave comenzó a contar una historia increíble. Matheo se sentó al lado de la abeja y el pez, maravillado por el relato que escuchaba. Se dio cuenta de que, incluso en lugares inesperados, podía encontrar amigos y aprender cosas nuevas.
Luego de un rato, la abeja volvió a zumbando y Matheo decidió regresar a casa. Se despidió del pez y del barco, agradecido por la aventura inesperada. Mientras caminaba de regreso, pensó en compartir su emocionante experiencia con su familia y amigos. Estaba seguro de que nunca olvidaría el día en que conoció a una abeja, un pez y un portátil en un barco abandonado.
Desde ese día, Matheo nunca dejó de explorar el mundo que lo rodeaba, recordando siempre que la curiosidad puede llevarlo a lugares maravillosos y a conocer a seres increíbles, como la amistosa abeja y el brillante pez.