Había una vez en el fondo del océano un pulpo llamado Matheo. Matheo no era un pulpo cualquiera; tenía un corazón que brillaba como una estrella en la noche. Este corazón le permitía sentir lo que otros animales marinos sentían. Un día, mientras Matheo paseaba entre los corales, notó que sus amigos, los peces, estaban tristes. Decidió que tenía que hacer algo para ayudarles, así que se acercó y les preguntó qué sucedía.
Los peces, con sus coloridos cuerpos temblorosos, le contaron a Matheo que había un gran murciélago llamado Papote que vivía en una cueva cerca de la playa. Papote solía volar y cantar canciones hermosas, pero un día dejó de cantar porque había perdido su voz. Todos en el océano echaban mucho de menos sus dulces melodías. Matheo, con su corazón brillante, decidió que tenía que ir a ayudar a Papote a encontrar su voz y devolverle la felicidad a sus amigos.
Matheo nadó rápidamente hacia la orilla donde estaba la cueva del murciélago. Cuando llegó, se encontró con un tigre llamado Mamota, que estaba sentado frente a la cueva, un poco triste. Mamota había intentado muchos trucos para hacer reír a Papote, pero nada funcionaba. Matheo se acercó al tigre y le dijo: “¡Hola, amigo! He venido a ayudar a Papote. Juntos podemos encontrar la manera de que recupere su voz.” Mamota, al escuchar a Matheo, se sintió un poco mejor y se unió a la misión.
Los tres amigos se reunieron dentro de la cueva. Papote estaba muy callado y no quería hablar, pero Matheo le dijo: “Papote, sabemos que has perdido tu voz, pero estamos aquí para ayudarte a encontrarla”. Mamota, con su cola juguetona, empezó a hacer sonidos divertidos y a saltar, mientras Matheo movía sus tentáculos, creando burbujas coloridas. Papote, viendo la diversión, empezó a sonreír, y poco a poco se sintió más alegre y deseoso de cantar.
Con cada burbuja que Matheo hacía, Papote recordaba la felicidad que le daba cantar. Entonces, el murciélago cerró los ojos y, con un suave susurro, comenzó a emitir sonidos. Al principio apenas se escuchaban, pero con el apoyo de Matheo y Mamota, su voz fue creciendo. Pronto, Papote cantó una hermosa canción que llenó la cueva y el océano por igual. Los peces se acercaron, encantados por la melodía, y empezaron a bailar alrededor.
En ese momento, el corazón de Matheo brilló más que nunca. Sentía la felicidad de sus amigos y la alegría de Papote resonando en su interior. Todos juntos cantaron, bailaron y celebraron la alegría de haber recuperado la voz. Mamota se sintió orgulloso de haber ayudado, y Matheo supo que el amor y la amistad eran las claves para encontrar la felicidad.
A partir de aquel día, Matheo, Papote y Mamota se convirtieron en los mejores amigos. Juntos organizaban conciertos en la cueva, donde todos los animales marinos venían a disfrutar de la música. El corazón de Matheo seguía brillando, porque sabía que siempre podría ayudar a sus amigos y hacerlos reír. Y así, en el fondo del océano, el pulpo con el corazón brillante, el murciélago cantador y el tigre juguetón vivieron felices, creando recuerdos inolvidables cada día.