Una mañana radiante, bajo un cielo azul brillante, Matheo, un niño curioso y soñador, decidió que quería conocer el mundo. Desde su habitación, miraba los aviones que cruzaban el cielo, dejando detrás de ellos unas líneas blancas como pinceladas de magia. "¡Quiero volar en uno de esos!", pensó emocionado. Pero, para eso, necesitaba un plan. Así que tomó su libreta y dibujó un gran avión lleno de colores. Mientras tanto, su amigo Kilian, un pequeño aventurero, entró en la habitación con una idea brillante en la mente.
Los dos amigos se adentraron en el campo, llenándose las manos de deliciosas fresas. Después de un rato, encontraron una fresa tan grande que parecía un pequeño cohete. "¡Esta es perfecta!", dijo Matheo con una gran sonrisa. "¡Puede ser nuestro avión!" Con mucho cuidado, levantaron la fresa gigante y, riendo, la llevaron de regreso al taxi. El taxista, que ahora también parecía divertido, les ayudó a colocar la fresa en el asiento trasero, asegurándose de que no se aplastara. "¡Ahora sí estamos listos para volar!", exclamó Kilian mientras el taxi los llevaba de vuelta a casa.
Cuando llegaron a casa, Matheo y Kilian decidieron que la fresa debía ser decorada como un avión. Usaron papel de colores, cintas brillantes y un poco de pegamento. "¡Vamos a dibujar ventanas y alas!", dijo Matheo, y Kilian rápidamente se unió a la idea. En cuestión de horas, la fresa se transformó en el avión más colorido y divertido que jamás habían visto. No podían dejar de reír al contemplar su creación. Finalmente, decidieron llevarla al patio para hacer su gran vuelo.
Al llegar al patio, Freya, la hermana de Matheo, salió a ver qué estaba ocurriendo. Al ver la fresa-avión, sus ojos se iluminaron. "¡Esto es increíble!", dijo. Matheo y Kilian se sintieron felices de compartir su creación con ella. "¿Quieres volar con nosotros?", preguntó Kilian. Freya asintió con entusiasmo. Los tres amigos se subieron sobre la fresa, y simularon despegar. Cerraron los ojos e imaginaron volar alto en el cielo, atravesando nubes esponjosas y escuchando el canto de las aves.
Mientras jugaban, se dieron cuenta de que no necesitaban un verdadero avión para tener una gran experiencia. Su imaginación los llevaba a lugares maravillosos y les hacía volar más alto que cualquier avión real. Al final del día, los tres amigos se sentaron en el patio, felices y satisfechos. "La fresa nos llevó a un vuelo increíble", comentó Mat