Había una vez en el mar un tiburón muy hambriento llamado Matheo. Siempre andaba buscando algo delicioso para comer y nadie podía vencer su gran apetito. Pero un día, mientras nadaba por el fondo del mar, vio algo muy curioso en la playa.
Un camello de color marrón estaba descansando tranquilamente bajo el sol. Al verlo, Matheo se acercó sigilosamente y rápidamente abrió su gran boca para comérselo. Pero justo en ese momento, un caballo blanco apareció en la playa y gritó: "¡Detente, tiburón! Ese camello es mi amigo Kilian y no puedes comértelo así como así". Sorprendido, Matheo retrocedió y se alejó de la playa con hambre.
Por suerte, mientras nadaba en busca de otra comida, Matheo encontró un racimo de uvas flotando en el agua. Eran las uvas más deliciosas que había probado en su vida y se comió todas sin dejar ni una sola. Lleno y contento, decidió descansar un poco y guardar las uvas para después. Pero entonces se le presentó un dilema, ¿qué debería hacer con las uvas que le quedaban?
Matheo pensó y pensó, pero no encontraba una respuesta. Entonces recordó lo que le había dicho el caballo blanco en la playa y decidió compartir las uvas con sus nuevos amigos. Buscó por todo el mar y encontró a un delfín risueño, una tortuga tranquila y un pez payaso muy divertido. A todos les dio unas uvas deliciosas para que compartieran juntos.
Los cuatro amigos disfrutaron de las uvas mientras se contaban historias y se reían. Matheo se dio cuenta de que no solo era importante encontrar comida, sino también tener amigos con quienes compartirla. Y desde ese día, se convirtieron en los mejores amigos del mar, compartiendo aventuras y deliciosas comidas juntos.
El tiburón hambriento se dio cuenta de que había encontrado algo más valioso que la comida en el fondo del mar, había encontrado verdaderos amigos. Juntos, el tiburón Matheo, el delfín risueño, la tortuga tranquila y el pez payaso divertido decidieron explorar más allá de su hogar en busca de nuevas aventuras. Decidieron nadar hasta una isla misteriosa que habían visto en el horizonte, una isla llena de palmeras, arena blanca y aguas cristalinas. Mientras nadaban, se encontraron con algunos peces de colores y una ballena gigante que los acompañaron en su viaje. Finalmente llegaron a la isla, donde se divirtieron jugando y explorando juntos. Pero algo más les esperaba en la isla. Entre las palmeras, descubrieron una gran viña llena de uvas deliciosas. Matheo se emocionó al verlas y recordó el gran gesto de amistad que había tenido con sus amigos al compartir las uvas que había encontrado en el mar. Así que esta vez, decidió que todos debían disfrutar de las uvas juntos. Los cuatro amigos se llenaron la panza con las jugosas uvas y se sintieron muy felices. Al final del día, volvieron nadando a su hogar en el mar, recordando siempre que la amistad es el verdadero tesoro y que siempre es mejor compartir con los amigos. Desde entonces, Matheo y sus nuevos amigos vivieron muchas más aventuras emocionantes juntos, explorando el fondo del mar y descubriendo nuevas comidas deliciosas para compartir. Y fueron felices para siempre.