Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Verdellia, un niño llamado Matheo. Matheo era curioso y le encantaba explorar. Un día, mientras paseaba por el jardín de su abuela, vio algo brillante entre las hojas. Se acercó y descubrió una sandía enorme que, curiosamente, tenía una cara sonriente pintada en su cáscara. Matheo se rió y decidió llevarla al castillo que estaba al final del pueblo. Allí vivía un anciano sabio que conocía muchos secretos.
Caminando con la sandía, Matheo se encontró con un gato llamado Don Gato. Don Gato era muy astuto y siempre encontraba formas de ayudar a Matheo. "¿A dónde vas con esa sandía?" preguntó el gato, con ojos brillantes. Matheo le contó sobre la sandía sonriente y el sabio del castillo. "¡Debemos llevarla juntos!", exclamó Don Gato, y los dos amigos se pusieron en marcha, riendo y jugando en el camino.
Cuando llegaron al castillo, se encontraron con un coche de policía estacionado afuera. El oficial Pedro, que era amigo de Matheo, también estaba allí. "Hola, Matheo, ¿qué traes debajo del brazo?", preguntó risueño. Matheo le mostró la sandía y el oficial Pedro se rió. "¡Nunca había visto una sandía con cara! ¿Puedo ayudarles a llevarla adentro?" Matheo y Don Gato asintieron, contentos de tener ayuda, y juntos llevaron la sandía hasta el gran salón del castillo.
Una vez dentro, el anciano sabio, que se llamaba Don Sabio, se asomó por la ventana. Con su larga barba y mirada bondadosa, miró la sandía y sonrió. "¿Qué traen aquí, jóvenes exploradores?" Matheo, emocionado, explicó todo sobre la sandía sonriente. Don Sabio rió y dijo que la sandía era especial y que tenía un mensaje muy importante para todos en Verdellia.
"Esta sandía trae alegría y felicidad", dijo Don Sabio, "y su rostro sonriente nos recuerda que siempre debemos compartir nuestras sonrisas". Así que, con la ayuda de Don Gato y el oficial Pedro, decidieron organizar una gran fiesta en el castillo. Invitaron a todos los habitantes del pueblo para celebrar y disfrutar de la sandía sonriente. Matheo estaba muy feliz, porque sabía que la alegría se multiplica cuando se comparte.
El día de la fiesta, el castillo se llenó de risas, juegos y deliciosos platillos hechos con la sandía. Los niños jugaban al aire libre, los adultos conversaban y todos compartían historias. Don Gato hacía acrobacias para entretener a los invitados, mientras que el oficial Pedro ayudaba a organizar juegos. Matheo disfrutó cada momento, viendo cómo la sandía había traído felicidad a todos.
Al final del día, mientras el sol se ponía y el cielo se iluminaba con colores hermosos, Matheo, Don Gato y el oficial Pedro se sentaron juntos a contemplar el paisaje. "Hoy fue un día especial", dijo Matheo. "Gracias, sandía sonriente". Y así, en el pequeño pueblo de Verdellia, todos aprendieron que la felicidad se encuentra en los momentos compartidos y que una simple sandía puede traer a todos juntos para disfrutar de la vida. Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.