Era un día soleado en el pequeño pueblo de Frutalina. El Sol brillaba con fuerza, llenando todo de luz y calidez. Matheo, un niño curioso y juguetón, salió de su casa con una gran sonrisa. Hoy era un día especial porque su mamá, Mamota, había prometido que irían al mercado a comprar una sandía. Matheo amaba las sandías, eran su fruta favorita y siempre lo hacían sentir fresco y feliz, especialmente en días tan cálidos como este.
Mientras Matheo saltaba de alegría, su amigo Papote, un pato de plumas amarillas, lo vio y se acercó. "¿A dónde vas, Matheo?", preguntó Papote con su voz suave. "¡Voy al mercado a comprar una sandía!", respondió Matheo emocionado. Papote decidió acompañarlo porque también quería ver las frutas coloridas y escuchar los chismes de los demás animales del pueblo. Juntos, caminaron bajo el abrazo del Sol, sintiendo cómo la energía del día les llenaba de alegría.
Al llegar al mercado, Matheo vio muchas frutas brillantes: naranjas, manzanas y plátanos. Sin embargo, su corazón latía más rápido cuando encontró la sección de sandías. Allí, había una sandía grande y redonda, con su piel verde brillante y sus pequeñas rayas oscuras. "¡Mira, Papote! ¡Es la más hermosa de todas!", exclamó Matheo. Los dos amigos se acercaron al puesto y le preguntaron al vendedor, un anciano de barba blanca, si podían comprarla.
Matheo y Papote subieron al camión, emocionados. El hombre les explicó que harían un pequeño recorrido por el pueblo antes de llevar la sandía. Pasaron junto a la fuente del pueblo, donde los niños jugaban y se reían al mojarse. Matheo sonrió aún más al ver a sus amigos jugar. "¡Qué divertido!", pensó, deseando que pudieran unirse a ellos. Mientras el camión avanzaba, Papote quacquió feliz, disfrutando del viento en su cara y de la compañía de su amigo.
Finalmente, llegaron a casa de Matheo. El hombre del camión les ayudó a bajar la sandía y los niños le dieron las gracias con una sonrisa. Mamota estaba en el jardín y al ver la sandía, exclamó: "¡Qué grande y hermosa! Vamos a cortarla para compartirla". Matheo y Papote se miraron emocionados, sabiendo que sería un momento especial. Mamota tomó un cuchillo y, con cuidado, cortó la sandía en rebanadas jugosas, cada una más deliciosa que la anterior. Invitaron a sus amigos a unirse a ellos y pronto todos estaban riendo y disfrutando.
El Sol comenzaba a bajar en el cielo, tiñendo todo de un dorado cálido. Matheo, Papote y sus amigos se sentaron alrededor de la mesa, disfrutando de la sandía. "¡Es el mejor día de todos!", dijo Matheo. "Y todo gracias a nuestra sandía y al amable conductor del camión", agregó Papote. Todos rieron, y el aire se llenó de alegría y dulzura, como el sabor de la sandía que compartían. Al final del día, el Sol se despidió, pero los corazones de los niños estaban llenos de felicidad