Una mañana soleada, Matheo salió a jugar al jardín de su casa. De repente, vio algo brillante en el suelo y ¡era una galleta! Matheo se agachó, la recogió y pensó en comérsela, pero de repente escuchó un ruidito.
Era un caracol muy pequeñito que se había subido a la galleta. El caracol le dijo a Matheo que la galleta era su casa y que si se la comía, él quedaría sin hogar.
Matheo no sabía qué hacer, pero recordó que tenía una trompeta en su habitación. "Quizás la trompeta pueda ayudarnos", pensó mientras se dirigía hacia su cuarto.
Matheo cogió la trompeta y sopló con todas sus fuerzas, esperando que sus amigos pudieran escucharlo y acudir en su ayuda. Pero al principio, no parecía que nadie viniera. Matheo estaba a punto de rendirse, cuando de repente escuchó unos pasos acercándose. Era su amigo el pájaro cantor, quien voló hasta donde estaba Matheo y el caracol para ver qué pasaba.
El pájaro cantor decidió volar en busca de más amigos que pudieran ayudar. Voló por todo el jardín, cantando y buscando a sus amigos. Pronto encontró a la mariquita y al conejito, quienes se unieron a él para ayudar a Matheo y al caracol. Juntos, pensaron en una solución para que el caracol pudiera tener un nuevo hogar.
Finalmente, la mariquita sugirió que podrían construirle una casa de hojas y ramitas, lo cual el caracol aceptó con mucha alegría. Todos se pusieron manos a la obra y en poco tiempo, el caracol tenía una hermosa y acogedora casa nueva. Matheo, el pájaro cantor, la mariquita y el conejito se sintieron muy felices de haber podido ayudar a su amigo y celebraron con una gran fiesta en el jardín.
Y así, Matheo aprendió que cuando uno tiene un problema, lo mejor es buscar a sus amigos para ayudar, porque juntos pueden encontrar soluciones increíbles. El caracol vivió feliz en su nueva casa, y Matheo, el pájaro cantor, la mariquita y el conejito siguieron siendo amigos para siempre. ¡Y vivieron felices para siempre!