El sol se alzaba sobre el campo de maíz, lanzando largas sombras doradas en el suelo. Kilian, el león, había regresado a su hogar en la sabana, pero Matheo, el valiente ratón con la gran nariz, se dio cuenta de que extrañaba a su nuevo amigo. Mientras exploraba el campo de maíz, su gran nariz recogió un olor familiar. Era Kilian. ¿Podría ser que su amigo había vuelto tan pronto?
Matheo rápidamente siguió el olor, sus patitas zumbando sobre las suaves brácteas de maíz. Pronto, vio la melena leonada de Kilian asomando entre las espigas doradas. Matheo corrió hacia él, pero algo estaba mal. Kilian parecía triste y su pelaje leonado estaba opaco. Matheo se preocupó, nunca había visto a un león triste.
“¿Qué te pasa, Kilian?” Matheo le inquirió con su voz aguda. Kilian levantó sus ojos tristes y miró directamente al pequeño ratón. “Extraño mi hogar, Matheo” dijo con una voz ronca. Matheo se sintió apenado. Había olvidado que Kilian no pertenecía al campo de maíz y que su hogar estaba más allá de las altas espigas doradas, en las vastas llanuras de la sabana.
“Nadie debería sentirse triste en su hogar” dijo Matheo, determinado. “Hagamos algo, Kilian, haremos de este campo algo que también puedas llamar hogar.” Kilian levantó una ceja sorprendido, pero no objetó. Matheo estaba dispuesto a hacer todo lo que fuera necesario para que su amigo se sintiera bien.
Así, Matheo puso manos a la obra. Con su valentía, su ingenio y su nariz excepcional, se dedicó a buscar dentro y fuera del campo de maíz. Encontró hierbas sabrosas para el paladar de Kilian, flores coloridas para adornar sus nuevos aposentos y, aún más importante, halló un pequeño estanque oculto entre las espigas de maíz. Estaba seguro de que Kilian necesitaría agua para mantener su pelaje brillante.
Cuando Kilian vio todo lo que Matheo había hecho por él, no pudo evitar sonreír. Su corazón se sintió más liviano y empezó a sentirse más en casa. Miró a Matheo con gratitud y se disculpó por haberse dejado llevar por su tristeza. Matheo movió su pequeña nariz y sonrió. “No hay problema, Kilian,” dijo. “Después de todo, es lo que haría un valiente ratón por un amigo."
Aquel día, ambos amigos descubrieron que el hogar no es solo un lugar a donde perteneces, sino también donde te sientes amado y protegido. Con el pasar del tiempo, Kilian aprendió a amar el campo de maíz y a Matheo como a un hermano. Matheo, por otro lado, se dio cuenta de que con valentía y una gran nariz, no solo podía encontrar aventuras, sino también hacer felices a sus amigos. Y así, la vida en el campo de maíz siguió, llena de risas, aventuras y la inusual amistad entre un ratón y un león.