Era un frío día de invierno en el que la nieve cubría todo como una suave manta blanca. Matheo, un niño de cuatro años, miraba por la ventana con una gran sonrisa. Afuera, la nieve brillaba como diamantes bajo el sol, y el aire fresco le hacía cosquillas en la nariz. Matheo soñaba con salir a jugar, y su mejor amigo, un perrito llamado Kilian, estaba listo para acompañarlo. Kilian era un perro de pelaje suave y marrón que siempre corría feliz a su lado, moviendo la cola de un lado a otro.
Con sus gorros y abrigos bien puestos, Matheo y Kilian salieron al jardín. Al mirar hacia afuera, Matheo tuvo una idea brillante: ¡hacer un muñeco de nieve! Corrieron hacia la nieve y comenzaron a amontonar bolas de nieve, haciendo el cuerpo del muñeco. Kilian saltaba de felicidad, ladrando contento mientras Matheo rodaba la nieve y le daba forma. Pronto, el muñeco de nieve tenía una gran sonrisa hecha de piedras y una nariz de zanahoria. ¡Era tan bonito!
Mientras Matheo ponía la última bola de nieve para la cabeza, escuchó un ruido extraño. Miró hacia la calle y vio un pequeño coche rojo que se acercaba. Era un coche de juguete, y parecía tan divertido. El coche se detuvo justo enfrente del jardín y de él salió un niño con una gran sonrisa. "¡Hola!", dijo el niño. "Soy Leo, y he venido a jugar." Matheo se emocionó y le invitó a unirse al juego con el muñeco de nieve. Leo se rió y aceptó, mientras Kilian movía la cola, feliz de tener más amigos.
Matheo, Leo y Kilian pasaron horas juntos jugando en la nieve, lanzando bolas de nieve y haciendo ángeles en el suelo. El muñeco de nieve, orgulloso de ser el rey del jardín, observaba la diversión. Pero, de repente, Matheo tuvo otra idea: "¡Vamos a cantar!" Leo sacó un pequeño violín que traía en su mochila. Empezó a tocar una melodía alegre, y todos comenzaron a cantar. Kilian ladraba feliz, como si también quisiera unirse a la canción. La música llenaba el aire de alegría y risas, y el muñeco de nieve parecía moverse de felicidad con cada nota.
Los niños decidieron que el muñeco de nieve merecía un nombre. Después de pensar un poco, Leo sugirió llamarlo "Don Frío". A todos les encantó el nombre. Juntos, le pusieron una bufanda colorida y un sombrero viejo que Matheo había encontrado en el garaje. Don Frío se veía tan feliz con su nuevo atuendo que parecía que iba a bailar con ellos. Los tres amigos continuaron jugando, cantando y riendo hasta que el sol comenzó a ocultarse.
Antes de irse a casa, Matheo, Leo y Kilian hicieron un último gesto para Don Frío. Hicieron un gran círculo alrededor de él, se tomaron de las manos y prometieron volver al día siguiente. "No te preocupes, Don Frío, siempre serás nuestro amigo", dijeron al unísono. Con el corazón lleno de alegría, los niños se despidieron de su muñeco de nieve, que sonreía radiante, como si supiera que la amistad es lo más importante de todas.
Cuando Matheo llegó a casa, cenó con su familia y contó todo lo que había hecho con Kilian y Leo. Su madre sonrió y le dio un abrazo cálido. Esa noche, Matheo soñó con el muñeco de nieve y con las risas de sus amigos. Sabía que el invierno sería aún más divertido con ellos. A la mañana siguiente, al despertar, se asomó por la ventana y vio que la nieve aún cubría su jardín. "¡Hoy es otro día para jugar!" gritó. Y en su corazón, Matheo sabía que siempre tendría grandes aventuras con Kilian, Leo y su querido amigo Don Frío.