En un pequeño pueblo muy alegre y colorido, vivía un perro llamado Matheo. Matheo no era un perro cualquiera, era un perro que amaba tocar su tambor. Sus tambores eran famosos en todo el pueblo, ya que con ellos lograba ritmos que hacían bailar a todos.
Un día, al ritmo de su tambor, apareció un pato inusualmente grande. El pato, que se llamaba Kilian, tenía un talento especial: podía hablar. Kilian miró a Matheo y dijo: "¡Tus tambores me hacen sentir tan feliz! ¿Podemos ser amigos?" Matheo, sorprendido pero emocionado, asintió con su cola, aceptando la propuesta de amistad.
Pasaron los días y la amistad entre Matheo y Kilian se fortaleció. Juntos, pasaban largas tardes tocando el tambor y conversando. Pero un buen día, mientras tocaban, una sandía gigante, que se llamaba Freya, comenzó a moverse al ritmo del tambor. ¡Freya no solo podía moverse, bailaba increíblemente bien! Matheo y Kilian se quedaron boquiabiertos ante tal escena.