El Tren de los 350 Sabores

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Una vez, en una pequeña ciudad llamada Dulcelandia, vivía un niño llamado Matheo que adoraba los trenes. Él siempre soñaba con viajar en un tren gigante que cruzara valles, montañas y ríos. Un día, mientras jugaba con su tren de juguete, su madre le llamó para tomar su merienda. Tenía un plato lleno de jugosas uvas y una tarta de fresas, su favorita. Mientras disfrutaba de su merienda, Matheo escuchó un sonido extraño proveniente del jardín.

Corrió hacia la ventana y vio un tren enorme y colorido que se detenía justo frente a su casa. Al lado del tren, estaba un chico de su edad llamado Kilian, quien llevaba puesto un uniforme de maquinista. "¡Hola Matheo!" dijo Kilian, "este es el Tren de los 350 Sabores, y necesito tu ayuda para seguir con el viaje. ¿Te gustaría subir?". Matheo, lleno de emoción, asintió con la cabeza y rápidamente se subió al tren.

Dentro del tren, Matheo encontró a un tercero niño, Casper, quien estaba muy triste. El tren tenía 350 vagones, y cada uno guardaba un sabor de tarta diferente. Pero Casper había perdido el mapa que indicaba qué sabor correspondía a cada vagon. Sin ese mapa, no podrían repartir las tartas correctamente en las siguientes paradas.

Matheo, deseoso de ayudar, decidió probar las tartas de cada vagon. Kilian manejó el tren, llevándolos a través de hermosos campos de flores, montañas nevadas y frondosos bosques. Matheo probó una tarta tras otra, desde la de manzana hasta la de chocolate y la de uvas, ¡incluso había una tarta con sabor a pizza!

Después de probar muchos sabores, se sintió un poco lleno. Pero recordó el sabor de la tarta de fresas de su merienda y buscó el vagon con ese sabor. Al probar la tarta, sonrió de felicidad, había encontrado su favorita. Pero entonces, se dió cuenta de algo más. Los 350 vagones estaban numerados, y el número correspondía a la cantidad de semillas o ingredientes en cada tarta. A partir de ese momento, todo fue más fácil.

Con la ayuda de Matheo, lograron distribuir todas las tartas en las paradas correctas, y todos los niños de Dulcelandia pudieron disfrutar de su sabor de tarta favorito. Casper ya no estaba triste, y Kilian estaba tan agradecido que le ofreció a Matheo convertirse en el tercer maquinista del Tren de los 350 Sabores.

De regreso a casa, Matheo les contó a sus padres sobre su increíble aventura. Desde ese día, cada vez que escuchaba el sonido de un tren, sus ojos brillaban de alegría y su estómago rugía de hambre. Y aunque parezca difícil de creer, cada vez que comía una tarta, podía recordar su increíble viaje en el Tren de los 350 Sabores.